Presentación de los libros Apología del Lápiz y Diez años con el vidrio y algunas periferias.
Mientras pasea por algún lugar de la Toscana, Leonardo tiene de pronto la sensación de que en ocasión de esbozar a la señora del Giocondo la varilla de plomo y plata le sirve, pero para dibujar los inventos que lo asaltan, mojar y mojar en el tintero lo retrasa bastante. Como es ambidiestro, cuando escribe con la zurda la tinta mancha lo escrito, pero no ocurre lo mismo cuando lo hace de manera especular para que no descubran sus diagramas y reflexiones. Es posible que en esas largas caminatas se le hubiera ocurrido inventar el lápiz. ¿Por qué no? ¿Acaso un genio no puede inventar algo sencillo? Además le serviría para corregir errores-errores geniales-y no tendría que anotar y dibujar tanto en los márgenes de los cuadernillos. Leonardo usa en ellos toda la superficie que puede tachando y volviendo a escribir, porque el papel es escaso, aunque ya se fabrica en China desde el año 105 de nuestra era, invento de Ts’ai Lun, Consejero Imperial durante la dinastía Han.
Lo cierto es que el lápiz no es un invento sencillo -es más, no es un invento-y debieron pasar siglos de historia de la humanidad hasta alcanzar su desarrollo completo, dado que se trata de un objeto que ha ido perfeccionándose a través de los siglos.
Aunque el lápiz no es protagonista absoluto en esta exposición, tomé el nombre de uno de los libros presentados por Diana Ribas y Vilma Giagante de Vercesi, considerando que en él está el germen de investigaciones y poéticas de los dibujos e instalaciones que son parte de la muestra: pequeñas tintas y serigrafías de Venecia y Roma, de trompos y sus trazos, árboles, acuarelas de lápices, mecanismos cinéticos con lápices de carpintero, colección personal de lápices del mundo y muchas, muchas gomas encerradas en una ampolleta de cristal como homenaje al genio de Leonardo que tachaba y volvía a comenzar.